
Mensaje enviado por mi amigo Aitor, "Alkate de Alonsotegi":«¡Athleeeeeetic. Athleeeeeetic...!». Escuchar esa canción en el minuto 90 cuando el Barcelona gana por 1-4 es la forma más emocionante de perder.
«¡Athleeeeeetic. Athleeeeeetic...!». El único club del mundo al que su afición no le exige ganar, sólo resistir.
Conservar su tesoro: la esencia.
Ayer, en la grada de Mestalla, ya no quedaba ninguno de aquellos viejos hinchas de 1902, de cuando el Athletic (el Vizcaya) recogió su primer título de Copa.
Pero sí se escuchó su voz. La misma de los miles de gargantas unidas ayer en Valencia.
La canción de los invencibles: «¡Athleeeeeetic. Athleeeeeetic...!».
Entonada con ojos velados por las lágrimas. Con las banderas en alto. Mirando arriba y, a la vez, hacia dentro. Hacia lo que bombea.
Eso que resuena como un tambor rojiblanco desde hace más de un siglo: «¡Athleeeeeetic. Athleeeeeetic...!».
Perdió el equipo. Triunfó su afición: la de los invencibles.
A los jugadores del Barça, su gente le decía: «Campeones, Campeones». Pero no se escuchaba, Mestalla sólo cantaba: «Athletic, Athletic».
Por eso, los vencedores, Pujol, Messi, Xavi y demás, se dirigieron al fondo sur, al lugar donde estaba la grada rojiblanca. Y les aplaudieron.
Entonces, sí se oyó: «Campeones, campeones», en las gargantas del Athletic. Los invencibles hinchas rojiblancos premiaron al ganador. Honor al Barça.
Orgullo de afición. No hay manera más elegante de caer. "Athletic, beti zurekin" (Athletic siempre contigo). Así fue la sinfonía que despidió la final.
Si en ese momento una gigantesca máquina de rayos X hubiera sacado una imagen de Mestalla, habría visto el alma del Athletic. Invencible. Amorebieta, acuclillado, como Etxeberria y sus compañeros, lloraba. Pero más por su gente que por la derrota.
La memoria te hace inmortal, y ningún rojiblanco olvidará la emoción de ayer.
Hay partidos que no caben en los 90 minutos del reloj. Hora y media antes del inicio, los jugadores del Athletic saltaron al campo. Pisadas de ensayo. «A por ellos, oé», les recibió. Allí están los invencibles. Ellos y su gente saben que puede ser una noche que les sobrevivirá. A recordar por hijos, por nietos... Los eslabones.
Las dos aficiones marcan el territorio. «Barça, Barça», responden desde el fondo norte de Mestalla. Entran al cebo. Y reciben la primera tremenda pitada.
El sonido mide a las hinchadas. Y Mestalla es más rojiblanca. Koikili, Llorente, Iraola..., buscan amparo en la grada. Hay de sobra.
Entonces se oye: «Que bote San Mamés». Mensaje al vuelo. El eco se escucha. El Athletic está en todas partes. Puente sonoro entre Valencia y Vizcaya. Antes de acabar el calentamiento, los jugadores de Caparrós lanzan un par de balones a la gente. Es una noche para compartirlo todo.
Peñas de Lepe y Zestoa
Al bando azulgrana le apoya la Peña de Zestoa; al rojiblanco, la de Lepe. Truena Mestalla cuando al campo saltan de verdad los jugadores. Y más truena aún cuando suena el himno español. Enseguida, silba el inicio Medina Cantalejo, el árbitro. «Lío, lío, lío. Queremos el trío», desafían las voces del Barça. Los tres títulos. «Copa, Liga y Champions», corean. El trébol. El Athletic sale a segarlo. Toquero es el cortacésped. «Ari ari, ari, Toquero lehendakari». El ídolo repentino de una afición que ha renovado su vocación copera. Corazones a cero. A cien. Tensión ambiental. Arterial.
En la trinchera atlética hay voluntad de creer. La final no lleva ni ocho minutos pero ha comenzado hace mucho: hace 25 años, los de la sequía rojiblanca. En eso, Toquero clava un córner: 1-0. El contenido del corazón bilbaíno se desborda. Y Toquero, el futbolista obrero, se lo dedica con los brazos a los suyos, la afición. «Ari, ari, ari...». Durante un rato Mestalla es La Catedral. Hasta que, a traición, llega el empate. Algo así debe de ser recibir un tiro por la espalda. «¡Athletic, Athletic, Athletic...!». «Barça, entzun, Athletic txapeldun». Messi tiene otra opinión y asesta el 1-2. Ser del Athletic es un desafío. «Messi, Messi», entonan los culé, doblando la espalda en reverencia al mejor jugador del mundo.
«Athletic, Athletic», es la réplica. La misma que con el 1-3 y el 1-4 a favor del Barça. Les duele a los jugadores. A Koikili y a Amorebieta, eléctricos. «Follonero», se le chilla a Alves. Enorme jugador. Dueño de la autopista lateral.
Ya sólo queda el pasillo al equipo de Guardiola. La afición culé se engalla. «Olé, Olé...». Aplauden la geometría futbolística con Xavi al mando del compás. Pero ni eso frena a los invencibles. Siguen. Sobreviven. Así llevan más de un siglo.
Cuando Medina Cantalejo dice que todo se ha terminado, que el Barça es el campeón de esta Copa, la voz del Athletic copa todo Mestalla.
«Athletic, Athletic». Para el Barça es el primer título del año, metido de lleno en su producción industrial de victorias.
Pero hay tiempo para premiar al otro campeón. Y Xavi, el maestro, agarra una bandera rojiblanca y da con ella la vuelta de honor.
Nunca mejor dicho. En honor de los invencibles